martes, 18 de noviembre de 2014

Un ecuentro en el monte


Primer cuento fantástico del blog, espero que os guste.

Un paseíto por el monte. Una manera como cualquier otra de pasar otra noche en vela para Brais. Por supuesto había que salir del pueblo sin que nadie lo viera, pero Brais tenía pillado el xeito.

Por lo menos, por avanzado que estuviese el otoño, no amenazaba con lluvia. Y eso, en Galicia, es un poco raro. Una noche como esta no debería ser desaprovechada pensó Brais La Luna ilumina, la humedad y el frío no atenazan… y todo dios está sobando.

Todo el mundo menos él. Es lo que tiene morir, causa alteraciones del sueño. La leche que mamó Neil Gaiman. A Brais le encantaban los comics, novelas y guiones de Neil Gaiman, pero ¡cómo había acertado al afirmar que el sueño y la muerte son hermanos!


Con las botas de montaña, una cazadora y su tremenda resistencia, Brais iba a pegarse una maravillosa noche de senderismo individual (aunque mejor que nadie se diera cuenta de que había salido).

Recorrió varios senderos y trepó alguna ladera, con sus sentidos potenciados era difícil que algo lo pillara desprevenido.

Con la Luna en todo lo alto, se detuvo sobre un outeiro a disfrutar del paisaje al calor de la crema de orujo que se había traído en un botellín. Por lo menos la vila donde se había tenido que quedar esta vez no era ni grande ni fea y los bosques que la rodeaban seguían siendo frondosos, y llenos de ortigas y tojos ¿Qué joven gallego no conoce tojo u ortigas? La respuesta escocía: cada vez más.

Una especie de ruido seco lo hizo volver al mundo, pero al escrutar el horizonte no vio nada digno de mención ¿Te has vuelto idiota, Brais? Se dijo a sí mismo Estás en un outeiro sobre un bosque de eucaliptos, lugar diez para qué algo se esconda. Así que se levantó de un brinco y brincó de nuevo para alcanzar el sendero de descenso. Mis poderes me confieren una fracción de los poderes de Heimdall, así que puede haber sido cualquier ruidito pero el caso era que estaba seguro de haber notado un quejido.

Se dirigió más o menos al lugar del que le parecía que había venido el ruido todo lo rápido que pudo, evitando troncos y raíces. En un momento le pareció escuchar un “uhuh” y se volvió esperanzado. Solo para llevarse un chasco: era un búho, no una lechuza. Cajo na cona, con estos no puedo hablar.

Lo raro era que el búho estaba mirando hacia justo detrás de él muy fijamente, así que Brais siguió su mirada y se encontró con un enorme perro blanco a una poca distancia, que en menos de un segundo estaba justo a su lado. Lo bastante para que Brais el oliera el aliento.

-          ¡Ostras! – dijo Brais, sin apartar la mirada – ¡Un urco! –
-    Soy un perro del urco. – replicó el perro, en una lengua que recordaba a la de los lobishomes.
-         ¿Y qué tripa se te ha roto? – replicó Brais.
-       ¿Qué pasa contigo? – restalló el urco con pundonor – ¡Soy un heraldo de la muerte!  ¿Es que no me tienes miedo? –
-     Oye, caniche mágico, – replicó Brais dando un paso adelante y aguantándole la mirada, aunque interponiendo un brazo – soy un agente a las órdenes del tribunal del otro mundo, he muerto y resucitado, me he desvirgado con un sirena y mi mejor amigo es un lobishome. (Bueno, un biscabret, que luego se me indigna) ¿Te parece que me va a intimidar un cadelo mágico hipertrofiado? –

El urco dio un tranco atrás como si la réplica de Brais le hubiera pillado desprevenido. Ese tipo de criaturas no suelen encontrarse con oposición.

-          Además – prosiguió Brais – ¿Qué haces tú aquí? –
-          El urco aparece para presagiar desgracias. – replicó la criatura.
-          ¿Y qué desgracia me presagias? – replicó Brais.
-          A ti ninguna – replicó el urco – los tipos como tú ya os coméis muchos marrones vosotros solitos. –

Brais frunció el ceño y alzó la ceja, aquello venía a confirmar lo que se temía: alguien se había caído y hecho daño en el bosque y el perro blanco había ido a echarle el mal fario. ¡Piensa, Brais! ¿Dónde puede estar la persona en peligro?
 
-          ¿Dónde está la persona a la que has venido a presagiar la desgracia? – reclamó Brais.
-          ¿Por qué tendría que contestarte? – inquirió el urco.
-          Porqué vives en el Borrón, – replicó Brais – un lugar del otro mundo, así que yo puedo ir a amargarte la vida allá cada vez que duermo. Sin contar que en el otro mundo tengo camaradas y predecesores. –
-   ¡Los putos jueces podían ser menos selectivos con sus agentes! – restalló el urco – ¡Sígueme! –

Brais le hizo caso ¿Cómo puedo rechazar una invitación así? Y siguió al urco hasta un eucalipto enorme con una raíz hueca ¡Ay, qué bonito! Pero de inmediato le llegó un sonido de respiración desde dentro de la raíz hueca.

Se acercó a la raíz, estaba hueca pero todavía tenía buenas paredes de madera. Así que trepó la raíz hasta arriba, donde encontró que la madera y la corteza estaban más podridas Un techo blando, si no me ando con cuidado… ya se iba haciendo una idea de qué había sucedido, pero aquellas horas de la noche era un poco raro.

Tras un par de pasos manteniendo el equilibrio, encontró un agujero en la parte alta de la raíz y sus oídos potenciados notaban una pequeña respiración en el interior. Dirigió una mirada al urco, el perro blanco se había recostado y se lamía una pata.

Dentro de la raíz pudo discernir la figura de un crío que se había caído. Respiraba pero estaba aturdido, sus sentidos no detectaban rastro de narcóticos y el crío era bastante pequeño. Tampoco notaba que hubiera nadie alrededor a parte de él mismo, el urco y el búho.

¿Vale? ¿Ahora qué hago? El crío estaba paralizado y Brais no quería arriesgarse a romper más la raíz, tampoco se había traído ninguna cuerda ya que no contaba con necesitarla. Al final, lo mejor que se le ocurrió fue intentar abrir un poco más el boquete por el que se había caído el crío para entrar a por él. Hizo falta algo de fuerza, pero la tenía.

Entró en la raíz y comenzó a sentir el musgo bajo sus pies, el niño estaba inconsciente y tenía un pie atrapado entre las oquedades de la raíz. Menos mal que está inconsciente fue más fácil para Brais extraer suavemente el pie y coger al niño en brazos. Tendré que cargar con su peso y con el mío, no era el tipo de cosa que arredrara a Brais.

Dio un brinco para salir de la raíz, alargó una mano para agarrar el agujero por el que había entrado pero no lo consiguió y calló, así que giró sobre sí mismo para proteger al enano comiéndose con la espalda el golpe. Menos mal que soy duro.

Repitió el brinco y esta vez fue capaz de agarrarse al agujero de la raíz. Ahora tocaba pujar hacia arriba con todas sus fuerzas, pero un cacho de la raíz se rompió y volvió a caer. Esto se está complicando…

Para que la tercera fuese la vencida, Brais cambió de táctica. Dejó al niño sobre el musgo y golpeó el techo con fuerza para romperlo un poco más. Ahora, con un agujero más grande, Brais pudo acertar en un lugar más estable a la primera y pujar hacia arriba hasta conseguir salir con el niño agarrado.

Luego bajó más tranquilo a nivel del suelo y recostó al niño sobre la madera. Era un crío que rondaría los diez años con cara de no ser muy trasto ¿Qué estaría haciendo este crío? La sensación de movimiento a su espalda lo puso tenso, el urco se había acercado.

-          ¿Ahora qué pasa? – dijo Brais.
-          Soy un mensajero del sino. – dijo el urco – Y tú has interferido con ese destino. –

Menuda noche… pensó Brais.

-      Resulta que el hado es algo que se construye y yo he sido adiestrado para ello. – replicó Brais.
-          ¿Y quién te da el derecho a interponerme? – insistió el urco.
-          Yo paso de derechos divinos – replicó Brais – Yo solo sigo mi conciencia. –
-          Yo soy el heraldo del sino. – insistió el urco – Debo cumplirlo. –
-          Pues en ese caso, – replicó Brais – saluda a mi espada feniana. –

Convocó la espada feniana conectada con el otro mundo que había heredado de uno de sus predecesores y esta apareció en su mano. 

-    Y da gracias de que no me he traído el mi espada, el Acies Resolutionis. – dijo Brais satisfecho.
-      ¿“Acies Resolutionis”? – replicó el urco – ¿Le has puesto semejante nombre a una espada? –
-       ¡Me parece un nombre cojonudo! – replicó Brais.

El urco depuso su actitud y se marchó.

-       Ya nos veremos, metomentodo. – dijo, mientras se iba.

Brais se quedó, cruzando miradas con el búho.

-       Este ha sido un encuentro de lo más extraño. – dijo.

Cogió al crío en brazos y puso camino al pueblo. Conforme llegaba, cogió el móvil y llamó a la policía. Dos agentes del pueblo lo acompañaron al ambulatorio donde dejó al niño y le sometieron a él a un pequeño interrogatorio donde no tuvo problemas para mantenerse limpio.

Cuando llegaron los padres del crío, resultó que solamente había querido llamar la atención desapareciendo, así que ya podía dar las gracias de que Brais estuviese pasando por ahí.

Brais se marchó del pueblo al día siguiente rumbo a Santiago con otra misión. Tenía razón el urco, los tipos como yo nos comemos bastantes marrones nosotros solitos. Es curioso, de no haber sido por el perro mágico habría tenido muchos problemas para encontrar al crío, pero apareció a las primeras de cambio y, pese a su actitud, estuvo bastante cooperativo. ¿Era posible que el urco no fuera tan malo como se decía?

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